Vivimos en una sociedad en la que RENUNCIAR a no comer carne los viernes de Cuaresma y ayunar VOLUNTARIAMENTE, es un lujo de ricos.
Y esto por una razón: gran parte de la población española renuncia a la carne y ayuna por exigencias de la desigualdad social y de los precios.
Al llegar la Cuaresma, la Iglesia católica recuerda a sus fieles el deber de hacer penitencia para preparar el cuerpo y el espíritu a la conversión. Hace una llamada a rectificar el estilo de vida que suele inclinarse al buen vivir: la norma es “viva yo caliente y ríase la gente” que decía nuestro gran poeta cordobés Luis de Góngora.
En Cuaresma se nos invita a hacer penitencia: la de abrir los ojos y los oídos al clamor de las víctimas de un sistema injusto, para convertirnos a una vida más comprometida con los que lo pasan mal de cualquier manera, sea en Ucrania o en Linares.
Se nos invita en Cuaresma a vivir de manera más intensa, con el propósito de avanzar en el camino de la conversión y el obtener perdón de los pecados (es decir, crecer y madurar en la capacidad de ser conscientes de nuestro egoísmo visceral como habitantes del barrio rico de este mundo nuestro).
Es esta una práctica habitual que la Iglesia recomienda realizar a sus fieles durante el tiempo de Cuaresma. El objetivo concreto de hacerlo durante ese tiempo no es otro que llegar “purificados” (es decir, con conciencia social solidaria) a la celebración de la Pascua, la fiesta clave y fundamental de los cristianos.
Se trata de cuarenta días, cronológicamente hablando, en recuerdo del tiempo que Jesús pasó en el desierto y de los millones de seres humanos que atraviesan el desierto de la discriminación, la desigualdad, la marginación. Los “descartados” que dice el Papa Francisco. Los que no cuentan para nada a la hora de participar en el festín de la sociedad del bienestar que, aunque hay crisis, existe para una minoría.
Hago tal aclaración, porque, sobre todo, después de la última pandemia, eso de «cuaresma, cuarentena» no coincide con la realidad temporal de cuarenta.
Independientemente de cuántos puedan ser, numéricamente hablando, los que cumplen con esta práctica, lo que sí es cierto es que quienes deciden seguir la norma eclesiástica de privarse, durante la Cuaresma, de ciertas cantidades de alimentos en general y de abstenerse de comer otros, todos ellos deciden hacerlo libremente.
Pero es un privilegio poder decir que se tienen tantas cosas que uno se puede permitir privarse temporalmente de ellas en solidaridad con los que se sienten obligados a ayunar y a no comer carne durante todos los días del año.
Pero eso sí, a sabiendas de que, una vez acabada la celebración de la Pascua, podrán volver a las andadas, sin control en unos casos. Otros, en cambio, de manera más civilizada y habitual a como lo venían haciendo. Sin descartar que habrá unos terceros que acabarán convertidos de verdad; no lo vamos a negar. Lo que dicho en “román paladino” significa que, en general, la mayoría acabará con muy poco o nulo propósito de enmienda de no volver a las andadas del consumo insolidario y derrochón.
Si nos atenemos, dentro del mundo, a la sociedad rica, bien estante y opulenta, observamos que también se cumple con las exigencias de otra «cuaresma», asumidas libremente, claro, que tiene como finalidad conseguir otros objetivos. Estarían, en primer lugar, quienes, siguiendo las recomendaciones del facultativo de turno, optan por poner freno a ciertos excesos de comida y de bebida, si es que de verdad quieren conseguir recuperar la salud, demasiado deteriorada en algunos casos.
En segundo lugar, estaría la «cuaresma» de quienes se abstienen de cuánto haga falta y más, con tal de conseguir los cánones de belleza física impuestos por la moda social del momento. Para ello no escatiman ni las privaciones más dolorosas que les puedan llegar a imponer. A pesar, eso sí, de que, la mayoría de las veces, todo ello no les hace más felices, ni mucho menos. Más bien, en muchos casos, todo lo contrario. Pero es igual; han conseguido lo que pretendían: ser admirados y envidiados por una sarta de «borregos», muy débiles mentalmente, que acabarán pagando el pato. ¡Y de qué manera!
Hay que decir, en honor a la verdad, que estos últimos no solo desconocen la abstinencia, sino que practican de manera devoradora lo contrario de lo que ella significa. Consumen hasta la saciedad cuantos productos, materiales o no, les proponen quienes han conseguido introducirlos en el canon de belleza que a ellos les interesa. Productos que, según les dicen, no van a destruir su belleza exterior, a pesar de que interiormente les conviertan en auténticos adefesios y en verdaderas marionetas manipulables.
Por último, hay unos terceros, de aquí, de allí, del otro lado y de más allá. Este es precisamente uno de los efectos secundarios de la globalización, que ya llevan ayunando desde hace tiempo. ¡Y lo que les queda! Pero no porque así lo hayan decidido ellos, sino porque otros, que sí que sabemos quiénes son, aunque ellos no den la cara, se lo imponen sin más. Y mejor no meternos a indagar, porque podríamos correr la suerte de salir muchos o todos salpicados. Algunos, no sé cuántos, pertenecientes probablemente al sector de los que ayunamos y practicamos la abstinencia tal y como manda la Santa Madre Iglesia. Otros, a los sumisos al canon de belleza. Otros también a quienes piensan que ayunar es saludable; pero en la casa del vecino, no en la propia, claro.
Y si se me apura, algunos más, unos cuantos o muchos, a quienes piensan que «la vida es así, que han tenido mala suerte y, por tanto, qué le vamos a hacer. Que, dado que la vida tiene estas cosas, les ha tocado a ellos: aguantar, que es lo que toca».
No estaría mal que, en estos momentos, todos, unos como creyentes en el mensaje de Jesús, otros como personas que conservan o conservamos aún un poco de buena voluntad, recordáramos las palabras del profeta Isaías:
«Más bien, el ayuno que yo quiero es que se desaten las ataduras de la impiedad, que se suelten las cargas de la opresión, que se ponga en libertad a los oprimidos, ¡y que se rompa todo yugo! Ayunar es que compartas tu pan con quien tiene hambre, que recibas en tu casa a los pobres vagabundos, que cubras al que veas desnudo, ¡y que no le des la espalda a tu hermano!”

Fuente: Leandro Sequeiros San Román. SJ.